El oso, la mona y el cerdo: adaptación de la fábula de Tomás de Iriarte
Había una vez un oso que había aprendido a bailar. Aunque todavía le costaba moverse bien, su dueño, un hombre del norte de Italia, le enseñaba cada día para que pudiera hacer sus pasos en dos patas. El oso, queriendo saber si lo hacía bien, decidió pedir la opinión de sus amigos.
Primero le preguntó a una mona, que era experta en acrobacias y conocía muchos trucos. —¿Qué te parece mi baile? —, le preguntó el oso.
La mona observó su baile con atención y respondió con sinceridad: — Siento decirte que no lo haces muy bien, necesitas mejorar.
El oso, un poco molesto, pensó que la mona no le estaba dando suficiente crédito. —¿De verdad crees que no lo hago con estilo? ¿No ves que intento moverme con gracia? —, le dijo.
Justo entonces, un cerdo que estaba cerca lo escuchó y rápidamente le dijo: —¡Oh, oso, lo haces estupendo! ¡Nunca he visto a nadie bailar mejor que tú!
El oso, al oír esto, se quedó pensando. Luego miró al cerdo y a la mona y dijo: — Si la mona, que es experta, me dice que bailo mal, es porque debo mejorar. Y si el cerdo, que no sabe nada de bailar, me felicita tanto, quizás es porque en realidad lo estoy haciendo peor de lo que pensaba.
Moraleja de la fábula El oso, la mona y el cerdo
Si alguien que sabe te dice que debes mejorar, escúchalo. Pero si alguien que no entiende te dice que lo haces perfecto, ¡cuidado! Eso no siempre es una buena señal.