El lobo y el perro: adaptación de la fábula de Esopo
Un lobo flaco y hambriento vagaba por los bosques buscando algo que comer. Tras varios días sin éxito, su cuerpo estaba débil y apenas tenía fuerzas para continuar. Un día, mientras caminaba, se encontró con un perro grande y bien alimentado.
Sorprendido por el buen aspecto del perro, el lobo le preguntó:
—Amigo, ¿cómo es que tú, siendo un perro, estás tan fuerte y gordo mientras yo, que soy un lobo, apenas consigo alimento y estoy tan delgado?
El perro, que llevaba una cadena alrededor del cuello, respondió:
—Mi vida es fácil. Mi amo me cuida bien. Me da comida todos los días y un lugar donde dormir. No tengo que preocuparme por buscar comida ni enfrentar peligros. Todo lo que tengo que hacer es vigilar la casa por las noches y protegerla de los ladrones.
—¿Eso es todo? —preguntó el lobo, intrigado—. Me parece un trato excelente. Yo también quiero vivir así, sin preocupaciones. ¿Qué debo hacer?
—Solo ven conmigo a la casa de mi amo —dijo el perro—, y podrás disfrutar de todas estas comodidades.
Mientras caminaban, el lobo notó algo extraño en el cuello del perro y preguntó:
—¿Qué es esa marca que tienes en el cuello?
—Oh, eso —respondió el perro—. Es solo por la cadena que me pone mi amo durante el día. A veces me ata para que no me escape, pero no es nada de qué preocuparse. Me suelta por la noche para que haga mi trabajo.
Al escuchar esto, el lobo se detuvo en seco.
—¿Así que estás encadenado y no puedes moverte libremente? —preguntó el lobo, asombrado—. Prefiero mi libertad, aunque tenga que pasar hambre, que vivir con cadenas. ¡Adiós!
Y el lobo, flaco y hambriento, se marchó, prefiriendo su vida salvaje y libre a una vida cómoda, pero sin libertad.
Moraleja de la fábula El lobo y el perro
Más vale una vida libre y difícil que una vida de comodidades sin libertad.