La liebre y la tortuga (Esopo)

La liebre y la tortuga: adaptación de la fábula de Esopo

Había una vez, en un bosque lleno de árboles frondosos y prados verdes, una liebre muy rápida y ágil que siempre se jactaba de su velocidad. Cada día, corría por el bosque, burlándose de los otros animales por ser tan lentos. Entre ellos, estaba una tortuga tranquila y perseverante, que, aunque lenta, nunca dejaba que las palabras de la liebre la afectaran.

Un día, la liebre, cansada de su rutina, decidió retar a la tortuga a una carrera.

—¡Te reto a una carrera!—dijo la liebre con una sonrisa burlona—. Veremos si logras llegar a la meta antes de que me quede dormida.

La tortuga, serena como siempre, aceptó el desafío sin dudarlo.

—Acepto el reto—dijo la tortuga con calma—. Tal vez no sea rápida, pero confío en mi esfuerzo constante.

Todos los animales del bosque se reunieron para ver la carrera. La liebre, llena de confianza, salió disparada tan pronto dieron la señal de inicio, dejando a la tortuga muy atrás. Corrió con tanta velocidad que pronto estaba fuera de la vista de todos.

Sintiéndose invencible, la liebre decidió que tenía tiempo de sobra. Se detuvo bajo un árbol a la mitad del camino, pensando que un breve descanso no le haría daño.

—La tortuga tardará horas en alcanzarme—se dijo, y se acomodó para dormir una siesta.

Mientras tanto, la tortuga avanzaba lentamente, pero sin detenerse. Cada paso era pequeño, pero seguro. No se apresuraba, solo seguía adelante, paso a paso. Poco a poco, la tortuga pasó junto a la liebre dormida, sin hacer ruido, y siguió su camino hacia la meta.

Cuando la liebre despertó, estirándose con pereza, se dio cuenta de que no veía a la tortuga por ningún lado. Saltó de su lugar y corrió a toda velocidad hacia la meta, segura de que todavía ganaría.

Pero al llegar, la liebre vio algo que nunca habría imaginado: la tortuga ya estaba cruzando la línea de meta, con todos los animales del bosque animándola. La liebre, desconcertada y sin palabras, se dio cuenta de que había subestimado a su oponente.

La tortuga, con una sonrisa tranquila, le dijo a la liebre:

—No se trata de ser el más rápido, sino de nunca dejar de avanzar.

Y así, la liebre aprendió una lección de humildad y perseverancia. Desde entonces, dejó de burlarse de los otros animales y, aunque seguía siendo la más rápida, aprendió a respetar el esfuerzo constante de los demás.

Moraleja de la fábula La liebre y la tortuga

No siempre el más veloz o el más fuerte gana la carrera, sino aquel que es constante y perseverante. La constancia y el esfuerzo superan a la arrogancia y la prisa.

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