Cuento: La noche de las calabazas parlantes
huerto de calabazas local. Mientras caminaban entre calabazas de todas formas y tamaños, una especialmente les llamó la atención. Estaba apartada del resto, con un color naranja brillante, pero parecía triste, casi melancólica.
Leo, curioso, se acercó y preguntó: —Hola, ¿cómo te llamas? —. Pero la calabaza no respondió. Emma, sorprendida, comentó: —Es raro, todas las calabazas aquí suelen hablar. ¿Recuerdas la que nos contó chistes el año pasado?
—Sí, pero esta no dice nada—, dijo Leo, confundido. Emma miró a Leo y dijo con decisión: —Vamos a ayudarla. Necesita una voz—. Leo sonrió y agregó: —La llamaremos Silencio, hasta que encuentre su voz.
Decididos a ayudar a Silencio, pensaron en visitar al Sr. Olmo, el anciano sabio del pueblo que sabía muchas historias. Colocaron a Silencio en un viejo carrito de madera y se dirigieron a la casa del Sr. Olmo, que brillaba bajo el crepúsculo de la tarde.
Cuando Emma y Leo llegaron a la casa del Sr. Olmo, éste los recibió con una sonrisa. —¿Qué os trae por aquí en víspera de Halloween? — preguntó, invitándolos a pasar.
—Tenemos un problema con esta calabaza—, dijo Leo, mostrando a Silencio en el carrito. —No puede hablar.
—¡Vaya!, dijo el Sr. Olmo, apenado. —Os contaré algo sobre las calabazas parlantes. Hace mucho, no eran solo decoraciones, sino criaturas mágicas. Si una calabaza se siente triste, puede perder su voz.
Emma, preocupada, preguntó, —¿Podemos hacer algo para ayudarla?
—Claro que sí—, respondió el Sr. Olmo. —Debéis ir al corazón del bosque encantado. Allí, tal vez, podáis devolverle la voz.
Con el corazón lleno de aventura, Emma y Leo se despidieron del Sr. Olmo y se dirigieron al borde del pueblo, hacia el misterioso bosque encantado, con la calabaza. Los árboles susurraban y las sombras parecían moverse.
En un claro del bosque se encontraron con una ninfa del agua, que les desafió a cruzar un estanque sin perturbar su calma. Emma tuvo la idea de usar grandes hojas como balsas. Al cruzar con éxito, la ninfa les aconsejó: —Buscad el valle donde los árboles cantan; allí encontraréis lo que buscáis.
Continuaron su camino y no tardaron en encontrarse con otra de las criaturas mágicas del bosque: un duende de las hojas. El duende, que bloqueaba su camino con una sonrisa astuta, les desafió a resolver un acertijo: «No es un animal ni tampoco un niño, pero juega en el bosque con muchísimo cariño. Con orejas puntiagudas y zapatos tan brillantes,
mira cómo se esconde detrás de las plantas gigantes».
Leo con rapidez contestó: —¡Un duende! —. El duende rió y desapareció, dejándoles el camino libre.
Cada desafío les enseñaba a Emma y Leo a ser creativos y a mantener la calma. Por fin, después de superar varios retos y aprender de cada encuentro mágico, llegaron a un valle donde los árboles emitían suaves melodías. Habían encontrado el corazón del bosque encantado, donde esperaban poder devolverle la voz a Silencio.
En el valle mágico, Emma y Leo encontraron la cabaña de Marla, la bruja del bosque, oculta bajo un manto de musgo y flores. Marla, con su cabello gris trenzado con hojas y una sonrisa acogedora, los recibió con curiosidad.
—¿Qué les trae por aquí? — preguntó Marla, al ver a los niños y a Silencio.
Leo explicó su misión de ayudar a Silencio a recuperar su voz. Marla asintió y les explicó que necesitarían hacer un hechizo especial con ingredientes mágicos.
—Primero, necesitan la esencia de la risa de un hada, que encontrarán cerca del arroyo que canta— comenzó Marla. —Luego, un eco de lobo de las colinas al este, y el brillo de la primera estrella de la noche.
Marla les dio un mapa y una linterna especial para capturar el brillo estelar y les advirtió: —Estos ingredientes no son fáciles de conseguir. Requerirán coraje y astucia.
Con el mapa de Marla y la linterna mágica al cinto, Emma, Leo y Silencio avanzaron hacia las profundidades del bosque encantado, dirigiéndose primero al arroyo que canta, donde las hadas juguetonas se dejaban ver al atardecer.
La Esencia de la Risa de un Hada
Al llegar, el susurro del arroyo se entremezclaba con las risas de las hadas. Emma, sacando unas campanillas mágicas, comenzó a tocar melodías mientras Leo hacía piruetas y contaba chistes. Pronto, un hada rió alegremente, y Leo capturó su risa luminosa en un frasco.
Un Eco de Lobo
Luego, en las colinas que susurran, esperaron a que los lobos llamaran en la bruma. Leo imitó sus aullidos hasta que uno respondió. Con un dispositivo especial, atraparon el eco en una caja de madera.
El Brillo de la Primera Estrella de la Noche
Al anochecer, se prepararon para capturar el brillo de la primera estrella. Con la linterna mágica, Leo capturó un rayo de luz estelar apenas la estrella apareció en el cielo.
Con los tres ingredientes mágicos en su poder, se dirigieron de regreso a la cabaña de Marla, listos para realizar el hechizo que devolvería la voz a Silencio.
Bajo la luz brillante de la luna llena, Emma, Leo y Silencio llegaron a la cabaña de Marla. La bruja los esperaba ansiosa, con su mesa de hechizos preparada en un claro iluminado por las estrellas. En un gran caldero los niños añadieron la esencia de risa de hada, el eco de lobo y el brillo estela. Al mezclarse, estos ingredientes brillaron y emitieron sonidos mágicos, llenando el claro de luz y música.
Marla recitó antiguas palabras mágicas y extendió sus manos sobre el caldero. Emma y Leo observaron fascinados cómo Silencio comenzaba a absorber la magia vibrante. Cuando Marla terminó, todo se calmó y la noche volvió a ser silenciosa.
De pronto, Silencio tembló y habló con una voz melodiosa: —Gracias, Emma y Leo, por ayudarme a encontrar mi voz—. Los niños se abrazaron, felices y emocionados, mientras Marla los observaba con orgullo.
Juntos llevaron a Silencio al huerto de calabazas, donde fue recibida con alegría por las otras calabazas. Su voz se unió a las demás, creando una dulce melodía que llenaba el aire.
Al caer la noche, con las calabazas iluminadas y el pueblo celebrando la noche de Halloween, Emma y Leo supieron que esta aventura sería inolvidable, un recuerdo de lo que es posible con esperanza y determinación. Y mientras las calabazas cantaban, sabían que más aventuras los esperaban. Pero esa, claro, sería una historia para otro día.
FIN