La pequeña cerillera

La pequeña cerillera o La niña de los fósforos: adaptación del cuento de Hans Christian Andersen

Era víspera del Año Nuevo, una fría y nevosa noche de diciembre. En las oscuras calles, una pobre niña pequeña caminaba descalza y con la cabeza descubierta. Aunque había salido con zapatillas de su casa, eran demasiado grandes para ella, pues pertenecían a su madre. Al correr por la calle para mantener el calor, se le habían caído y un chico las había agarrado, gritando que las usaría como cuna cuando tuviera hijos. Llevaba un montón de cerillas en un viejo delantal y llevaba un paquete en la mano. Con cada cerilla que vendiera, esperaba llevar algo de dinero a casa, aunque la noche era fría y nadie le había comprado ninguno todo el día. Temblaba de frío y tenía hambre, pero se alejaba de las casas por temor a su padre, quien seguramente la reprendería por no vender ninguna cerilla.

— ¡Cerillas! ¡Compre cerillas buenas y baratas! —, gritaba con voz débil, pero el bullicio de la víspera de Año Nuevo ahogaba sus palabras.

Al no vender ninguna, la pequeña niña se sentó en un rincón formado por dos casas, donde se resguardó un poco del viento helado. Temblando de frío, la niña pensó en encender una cerilla para calentarse. —Solo una—, se dijo, —para calentar mis dedos.

Al rascar la cerilla contra el muro, esta se encendió con una luz cálida y brillante. En el resplandor de la llama, la niña vio una estufa de hierro, con la puerta abierta y el fuego ardiendo dentro.

—¡Qué calor tan agradable! —, susurró con una sonrisa, extendiendo sus manos. Pero, en cuanto la cerilla se apagó, la estufa desapareció y volvió a sentir el implacable frío.

Encendió otra cerilla, y la luz iluminó la pared, que se volvió transparente como un velo. Vio una mesa repleta de manjares y, en el centro, un pavo asado relleno de ciruelas y manzanas que aún humeaba.

—¡Oh, qué delicia sería probar un bocado! —, murmuró, mientras la cerilla se consumía y la visión desaparecía.

Encendió otra cerilla y, en el brillo de esta nueva luz, la niña se vio sentada bajo un hermoso árbol de Navidad, adornado con cientos de velas. Nunca había visto un árbol tan grande y decorado. Miró hacia arriba y sonrió al ver las luces del árbol que parecían subir más y más alto. —¡Oh, es maravilloso! ¡Nunca había visto algo tan hermoso! —, exclamó con alegría.

Pero entonces, al igual que las otras visiones, la segunda cerilla se apagó y la visión del árbol de Navidad desapareció. Con prisa, encendió otra cerilla. Esta vez, vio a su querida abuela, la única persona que la había amado y tratado con cariño. Sonriendo, la abuela extendió sus brazos hacia ella.

—Abuela, llévame contigo. Sé que desaparecerás cuando se apague la cerilla, como la estufa caliente y el gran árbol de Navidad—, dijo la niña sollozando, mientras trataba de mantener la cerilla encendida.

Apurada, la niña encendió la cuarta cerilla para no perder a su abuela. La luz brillante de la cerilla iluminó la noche, y su abuela se acercó más, sonriendo amorosamente.

—Ven, querida—, dijo la abuela con una voz dulce y suave, —Ven conmigo, estarás a salvo del frío—, tomando a la niña en sus brazos.

La niña sonrió y se sintió feliz. Mantuvo su mano firmemente sobre las cerillas, no quería perder a su abuela de vista. Con cada cerilla que se encendía, la imagen de su abuela se hacía más clara.

En la tranquilidad de ese abrazo, la niña cerró los ojos. Al amanecer, los transeúntes encontraron a la pequeña en el rincón entre las dos casas, con una sonrisa en los labios y rodeada de un montón de cerillas quemadas.

—Quería calentarse—, dijeron. Pero nadie sabía de las hermosas visiones que había visto, ni de cómo había ido a un lugar donde ya no sentiría ni frío, ni hambre, ni dolor.

FIN

La Pequeña Cerillera: Un Relato de Esperanza y Tristeza de Hans Christian Andersen

La Pequeña Cerillera, también conocida bajo varios otros títulos como La Cerillera o La Niña de los Fósforos, es uno de los cuentos más emotivos y conmovedores del célebre escritor y poeta danés Hans Christian Andersen. Publicado inicialmente en 1845, este cuento es el número 37 en su colección de relatos y se ha mantenido como una de las historias más impactantes y recordadas de Andersen.

La historia se centra en una pequeña niña pobre en la víspera de Año Nuevo, descalza y congelada, tratando de vender cerillas en las frías calles de una ciudad sin que nadie le compre. A medida que la noche avanza, la pequeña se refugia en un rincón formado por dos casas, donde, para intentar calentarse, enciende las cerillas que debería estar vendiendo. Con cada cerilla que prende, la niña ve visiones maravillosas y confortantes: una estufa de hierro caliente, un festín navideño, y finalmente, a su amada abuela que había fallecido, la única persona que parece haberla amado y cuidado verdaderamente.

El cuento explora temas de pobreza, esperanza, y la indiferencia de la sociedad hacia los desfavorecidos. Andersen utiliza el frío y la oscuridad como metáforas del desamparo y la desolación que enfrenta la niña, mientras que el fuego de las cerillas simboliza breves momentos de calor, esperanza, y escape de su triste realidad. Cada visión que la niña experimenta al encender las cerillas representa sus deseos más profundos de confort, amor y pertenencia.

 Desde su publicación, La Pequeña Cerillera ha sido objeto de numerosas adaptaciones y análisis. La trágica belleza del cuento y su final agridulce han resonado en el corazón de los lectores a lo largo de generaciones. Este relato ha sido interpretado como una crítica a la indiferencia social y un recordatorio de la compasión humana que a menudo falta en la sociedad. Además, ha servido como inspiración para diversas obras en teatro, cine y música, reflejando su universalidad y relevancia continua.

En conclusión, este cuento de Hans Christian Andersen no es solo un cuento infantil, sino una potente pieza literaria que aborda con profundidad y sensibilidad los aspectos más sombríos de la existencia humana. A través de la simple historia de una niña y sus cerillas, Andersen no solo critica las fallas sociales de su tiempo, sino que también ofrece un mensaje atemporal sobre la esperanza y la humanidad. Este relato sigue siendo un testimonio de la habilidad de Andersen para capturar la belleza y la tragedia de la vida en sus narrativas, haciendo de La Pequeña Cerillera una obra maestra que continúa emocionando y enseñando a sus lectores sobre la compasión y la empatía.

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