Cuento: Pociones y pastelillos en la fiesta de Halloween
En el pequeño pueblo de Willow Creek, vivía una niña muy especial llamada Emma. Ella no era una bruja común, sino una bruja que hacía magia con la cocina. Con Halloween cerca, Emma decidió hacer pastelillos mágicos para la fiesta de la escuela.
En su cocina, llena de frascos de colores y etiquetas curiosas, Emma mezcló ingredientes mágicos: harina de estrellas fugaces, azúcar de cristales de luna y huevos de dragón. Mientras mezclaba, Emma cantaba encantamientos para que los pastelillos hicieran reír o cambiaran el color de la lengua de quien los probara.
—¡Estos pastelillos van a ser la mejor sorpresa de la fiesta! —, pensaba con una gran sonrisa, esperando emocionada junto al horno.
Mientras los primeros pastelillos se horneaban, Emma decidió experimentar con una segunda tanda. Añadió polvo de camaleón para cambios de color y esencia de espejo para que los sabores reflejaran los deseos del corazón. Pero esta vez, echó más cantidad que las veces anteriores.
Los colores de la masa empezaron a cambiar formando remolinos mágicos. Luego, cuando añadió la esencia de espejo, los aromas evocaron recuerdos dulces y frescos. Observaba fascinada cómo los pastelillos se transformaban en mini universos de colores. Cuando el horno pitó, sacó los pastelillos vibrantes y llenos de vida.
—¡Uy! ¡Esto va a ser más mágico de lo que pensé! Estoy segura de que estos pastelillos van a ser una gran aventura en la fiesta— se dijo muy contenta.
El gimnasio de la escuela se transformó en un lugar mágico para la fiesta de Halloween, con luces parpadeantes y calabazas sonrientes. Emma puso sus pastelillos mágicos en la mesa principal, y pronto captaron la atención de todos.
Cuando los niños probaron los pastelillos, empezaron a suceder cosas sorprendentes. Casandra, la bailarina, comenzó a flotar en el aire después de comer un pastelillo azul.
—¡Estoy volando! —exclamó feliz mientras sus amigos jugaban a atraparla.
Leo se volvió verde brillante y Mia empezó a hablar todo en rimas. La fiesta se llenó de risas y asombro mientras más niños descubrían los efectos mágicos de los pastelillos: voces que cantaban solas y cabellos de colores brillantes.
La fiesta de Halloween se volvió un torbellino de colores y magia. Cassandra seguía flotando, Leo cambiaba de color sin parar, y Mia no podía dejar de hablar en rimas. Lo que había empezado como diversión, pronto se complicó.
Cuando los padres llegaron, se encontraron con un caos de niños que flotaban y cambiaban de color. Las risas se transformaron en preocupación. Emma, viendo el desorden que había causado, sabía que tenía que arreglarlo.
—Lucas, necesito tu ayuda —le dijo a su amigo, llevándolo a la biblioteca de la escuela.
Juntos buscaron en los libros de magia de Emma. Después de un rato, encontraron una receta que podía neutralizar la magia. Emma y Lucas corrieron a la cocina para preparar el remedio.
—Tenemos que hacerlo rápido, Lucas —dijo Emma, mezclando los ingredientes con manos temblorosas.
Justo cuando Emma estaba perdiendo la esperanza, recordó a la señora Alder, su maestra de ciencias y experta en alquimia.
—¡Señora Alder, necesito su ayuda! —exclamó Emma al encontrarla en el aula.
Con un gesto comprensivo, la señora Alder siguió a Emma a la cocina. Allí, Emma le explicó todo lo sucedido y mostró los ingredientes que había recolectado. La señora Alder, sacando un frasco con un polvo brillante de su bolso, sonrió.
—Esto podría ayudar a fortalecer tu antídoto —dijo, y juntas comenzaron a trabajar en la poción bajo la guía experta de la señora Alder. Ella enseñó a Emma un encantamiento de equilibrio, crucial para estabilizar la magia.
—La alquimia necesita precisión y paciencia, Emma —murmuró la señora Alder. Emma asentía, aprendiendo de cada paso.
Después de varios intentos, mezclaron un líquido dorado que prometía ser la solución. La señora Alder probó el antídoto en una hoja, que volvió a su color normal.
—Esto debería funcionar —dijo con confianza.
Lucas organizó a los estudiantes para ayudar a distribuir el antídoto. —Vamos a asegurarnos de que todos reciban su copa—, dijo con determinación. Emma asintió, dirigiéndose a cada niño afectado con una bandeja de copas chispeantes.
Pronto, los efectos mágicos comenzaron a desvanecerse. Cassandra aterrizó suavemente, sonriendo aliviada. —¡Estoy de vuelta! —, exclamó. Leo, al ver su piel volver a la normalidad, soltó un suspiro de alivio. Mia, finalmente libre de sus rimas, abrazó a Emma. —Gracias, de verdad—, dijo simplemente.
Observando la calma restaurada, Emma sintió un alivio profundo. —Lo logramos, ¿verdad? —, preguntó a la señora Alder, que le sonrió con aprobación.
—Has hecho un buen trabajo, Emma. Pero recuerda, la magia requiere cautela—, le recordó la señora Alder.
Con esa noche concluida y cada lección aprendida, Emma se sentía más preparada y consciente para su futuro mágico, agradecida por las experiencias que le mostraban el camino.
FIN