La princesa y el guisante: adaptación del cuento de Hans Christian Andersen
Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía que ser una princesa de verdad. Viajó por todo el mundo para encontrar una, pero siempre había algo que no estaba bien. Princesas había muchas, pero nunca podía estar seguro de que lo fueran de verdad. Siempre había algo que no le parecía suficientemente claro. Así que volvió a casa muy triste sin haber encontrado a su princesa verdadera.
Una noche se desató una terrible tormenta; caían rayos y truenos, y llovía torrencialmente. De repente, se oyó llamar a la puerta del castillo, y el viejo rey fue a abrir.
Era una princesa la que estaba fuera. Pero ¡qué aspecto tenía con la lluvia y el mal tiempo! El agua escurría por su cabello y su ropa, hasta los zapatos y le salía por los talones, mientras ella insistía en que era una auténtica princesa.
Aun así, el rey no pudo evitar preguntarse cómo alguien en tal estado podría ser la princesa que afirmaba ser.
—Bueno, eso pronto lo averiguaremos—, pensó la vieja reina, pero no dijo nada. Fue al dormitorio, retiró toda la ropa de cama y puso un guisante en el fondo de la cama. Luego tomó veinte colchones y los apiló encima del guisante, y luego puso veinte edredones de plumas encima de los colchones.
Arriba de esto fue donde durmió la princesa aquella noche. A la mañana siguiente le preguntaron cómo había dormido.
—¡Oh, muy mal! —, dijo la princesa. —He pasado la noche horriblemente. Apenas he cerrado los ojos en toda la noche. ¡Dios sabe qué había en la cama! Me he acostado sobre algo duro, de modo que estoy toda amoratada. ¡Ha sido horrible!
Entonces pudieron ver que era una verdadera princesa, ya que a través de los veinte colchones y los veinte edredones de plumas había sentido el guisante. Ninguna que no fuera princesa de verdad podría ser tan delicada.
Así, el príncipe la tomó por esposa, pues ahora sabía que tenía una princesa de verdad; y el guisante fue llevado al museo del tesoro, donde aún se puede ver, si nadie lo ha robado.
¡He aquí una historia verdadera!
FIN
Entre guisantes y verdaderas princesas: descubriendo el encanto de «La princesa y el guisante»
En el mágico universo de los cuentos de hadas, pocos relatos capturan la esencia de la fantasía y la delicadeza como «La princesa y el guisante«, una obra maestra del ilustre escritor danés Hans Christian Andersen. Publicada por primera vez el 8 de mayo de 1835, esta narrativa breve, también conocida como «Una verdadera princesa», nos transporta a un mundo donde lo inverosímil se convierte en la puerta a la verdad más profunda sobre la nobleza y la sensibilidad.
El cuento, que figura como el número tres en la colección de Andersen, sigue la estructura del tipo 704 de la clasificación de Aarne-Thompson: «La princesa y el guisante». Sin embargo, lo que distingue a este relato de otras historias más sombrías y trágicas del autor, como «El soldadito de plomo», «La pequeña cerillera» o «La sirenita», es su reconfortante final feliz.
Un relato con corazón
La trama es sencilla pero profunda: en una noche tormentosa, una joven empapada en agua se presenta en un castillo, reclamando ser una princesa. El príncipe, deseoso de encontrar una esposa verdaderamente regia, se ve intrigado por su reclamación. La madre del príncipe, la reina, decide poner a prueba la sensibilidad de la joven de una manera peculiar: coloca un pequeño guisante en la cama de la supuesta princesa, cubriéndolo con veinte colchones y veinte edredones de plumas. Si la joven es capaz de sentir el guisante a través de esta montaña de ropa de cama, entonces será considerada una verdadera princesa.
Lo que sigue es una encantadora revelación de la verdadera nobleza, no la que se adscribe por la sangre o la herencia, sino aquella que se manifiesta en la sensibilidad extrema, una característica esperada en una princesa según el folklore de la época.
Más que un cuento: una lección eterna
«La princesa y el guisante» es, en muchos sentidos, un relato que va más allá del entretenimiento infantil. Encierra una crítica sutil a las normas sociales y las expectativas sobre la nobleza y la autenticidad. ¿Qué significa ser genuino? ¿Es posible que la verdadera sensibilidad y delicadeza puedan ser un indicador de la autenticidad de una persona? Andersen, con su estilo único, invita a los lectores a reflexionar sobre estas preguntas, ofreciendo un final que es tanto un alivio como una sonrisa cómplice hacia el absurdo de ciertas convenciones sociales.
La princesa y el guisante: Un legado duradero
Hoy en día, el cuento de La princesa y el guisante sigue siendo una joya en la literatura infantil y continúa siendo una fuente de inspiración para diversas adaptaciones en teatro, cine y televisión. Su mensaje resuena con lectores de todas las edades, recordándonos la importancia de la empatía, la percepción y la autenticidad.
Este cuento infantil no solo ha sobrevivido al paso del tiempo, sino que se ha convertido en un símbolo de la literatura universal, demostrando que, a veces, los detalles más pequeños pueden revelar las verdades más grandes. Así, Andersen nos enseña que la sensibilidad, en su forma más pura, es un verdadero tesoro real, uno que merece ser celebrado con cada lectura de este encantador cuento.