La historia de los duendes que secuestraron a un enterrador: adaptación del cuento de Charles Dickens
En el viejo pueblo inglés de Aldborough, vivía un hombre llamado Gabriel Grub. Era el enterrador del pueblo, conocido por su naturaleza sombría y su aversión a la alegría navideña. Gabriel no tenía esposa ni hijos, ni amigos que lo acompañaran; su única compañía eran las lápidas y los ataúdes que él mismo preparaba y enterraba.
Una fría noche de Nochebuena, después de haber pasado el día observando las celebraciones con desdén, Gabriel decidió que sería un buen momento para cavar una nueva tumba. Armado con una linterna, su pala, y una botella de licor para calentar su cuerpo en el gélido clima, se dirigió al cementerio.
Mientras cavaba, Gabriel cantaba para sí mismo una canción macabra, burlándose de la alegría y el calor que llenaban los hogares del pueblo esa noche. —¡Ja, ja! —, echó a reír Gabriel Grub sentándose en una lápida.
Una voz extraña y aguda que sonaba detrás de él cortó la tranquila noche: —¡Ja, ja! ¡Ja, ja!
Gabriel, aún incrédulo, se frotó los ojos, pensando que el frío le estaba jugando una mala pasada. —¿Estoy soñando acaso? ¿Qué quieres de mí, criatura extraña?
—¡Gabriel Grub! ¡Gabriel Grub!
Gabriel giró sobre sus talones, y allí, a la luz parpadeante de su linterna, se materializó la figura del duende. Era más pequeño que un niño, vestido con una túnica de un antiguo verde musgo que parecía tan parte del bosque como las hojas caídas. Su cara era inolvidablemente grotesca; pequeña y arrugada, rematada con una nariz desproporcionadamente grande y un par de ojos que brillaban con un brillo travieso. Una sonrisa maliciosa se extendía de oreja a oreja, revelando una hilera de dientes puntiagudos.
Gabriel, aunque asustado, trató de mantener la compostura.
—¿Quién te crees que eres? y ¿qué quieres de mí, en esta noche tan sagrada? —, preguntó Gabriel, tratando de parecer valiente.
—¡Gabriel Grub, el sombrío enterrador—, dijo el duende con un tono de mofa. —¿Qué haces aquí solo en la noche más alegre del año? ¿Acaso no tienes corazón para celebrar como los demás mortales?
El duende soltó una risa chillona, haciendo eco en el silencio de la noche. —Venimos a enseñarte una lección, Gabriel. Una que jamás olvidarás—. De repente, decenas de duendes emergieron de las sombras, rodeando a Gabriel. Antes de que pudiera reaccionar, lo tomaron entre todos y lo arrastraron hacia abajo, a través de la tierra, hasta una caverna subterránea iluminada por una luz sobrenatural. Allí, un tribunal de duendes, presidido por un rey duende majestuoso y severo, esperaba para juzgarlo.
El rey de los duendes, sentado en un trono adornado, miró a Gabriel con desdén.
—Gabriel Grub, has despreciado la alegría humana y has elegido la soledad y la amargura—, comenzó el rey. —Te mostraremos lo que has perdido, y lo que ganarás si no cambias tus caminos—. Acto seguido, los duendes comenzaron a presentar una serie de visiones a Gabriel.
Las visiones mostraban escenas de felicidad y bondad humana, contrastando fuertemente con la soledad y amargura de Gabriel. La primera era una familia humilde, que se agrupaba alrededor de un cálido fuego en su hogar. Los niños, llenos de alegría, jugaban cerca de su madre que, impaciente, miraba a menudo por la ventana. Había una cena sencilla en la mesa y un sillón vacío junto al fuego, esperando a alguien.
De pronto, el padre llega mojado y cansado, pero con una sonrisa. Los niños lo recibieron con aplausos y risas.
Luego, mientras el padre se calentaba junto al fuego, los niños se subieron a sus rodillas y la madre se sentó a su lado. Juntos, disfrutaron de su cena en familia, charlando y riendo, felices de estar reunidos en su cálido hogar.
En la segunda visión, Gabriel Grub fue llevado a un dormitorio pequeño y sombrío donde un niño hermoso y moribundo yacía en su lecho, rodeado de sus hermanos y hermanas. Al observar al niño, Gabriel sintió una emoción desconocida, una mezcla de compasión y tristeza.
—Está tranquilo, como un ángel—, murmuró uno de los hermanos, mirando hacia el rostro sereno.
—Sí—, respondió suavemente otra, —ahora nos cuida desde el cielo.
En la tercera visión mostrada a Gabriel Grub, observó a un anciano padre y madre rodeados por menos familiares que antes, pero el ambiente aún estaba lleno de alegría y contento. Al calor del fuego, compartían historias de tiempos pasados, riendo y recordando juntos.
Con el tiempo, el padre falleció pacíficamente, seguido poco después por su esposa. Los pocos familiares que quedaban lloraron su partida junto a sus tumbas cubiertas de hierba verde, pero sin desesperación. Sabían que algún día se reunirían de nuevo.
La visión de Gabriel Grub se disipó, revelando ahora un paisaje vibrante y radiante que parecía cobrar vida ante sus ojos. Bajo un cielo claro y azul, el sol resplandecía, haciendo que el agua centelleante y los árboles verdes lucieran aún más vivos y las flores desbordaran alegría. Los sonidos de la naturaleza llenaban el aire: el suave murmullo de un arroyo, el susurro del viento en las hojas, y los cantos de los pájaros y la alondra saludando la mañana.
Hormigas laboriosas continuaban con su trabajo diario, mariposas revoloteaban alegremente, y miríadas de insectos disfrutaban su breve existencia bajo los cálidos rayos solares. El hombre, también, se encontraba cautivado por la belleza del entorno, absorbido en el esplendor que lo rodeaba.
Cada visión perforaba el corazón endurecido de Gabriel con una punzada de arrepentimiento. Al final de las visiones, el rey duende habló de nuevo:
—¡Tú, desdichado! ¿Qué te parece eso? —, exclamó el duende con un tono cargado de desdén. Gabriel balbuceó unas palabras sobre lo hermoso que era todo y se sintió un poco avergonzado cuando el duende lo miró con sus ojos brillantes.
Después, uno a uno, los duendes se fueron esfumando, como si se los llevara el viento. y tras la desaparición del último, Gabriel se quedó dormido.
Cuando iba apareciendo el día, Gabriel se despierta de lo que parece un sueño profundo y perturbador, sobre una lápida en el cementerio. La fría y dura superficie de la piedra bajo él le recuerda de inmediato la realidad de su oficio, pero algo en su interior ha cambiado profundamente. Gabriel se siente diferente también; hay una sensación de ligereza en su corazón que nunca había sentido.
Con una nueva perspectiva sobre la vida y su propósito, Gabriel se pone de pie lentamente y abandona el cementerio esa mañana. Empieza a apreciar las pequeñas alegrías de la vida y se esfuerza por formar lazos con aquellos a su alrededor, compartiendo las lecciones aprendidas de los duendes con cualquiera que quisiera escuchar.
FIN
La Historia de los Duendes que Secuestraron a un Enterrador: Un Viaje Dickensiano a lo Fantástico
Charles Dickens, ampliamente reconocido por sus agudas críticas sociales y sus vívidos retratos de la vida victoriana, también exploró el mundo de lo fantástico en varias de sus obras. Entre estos relatos se destaca La Historia de los Duendes que secuestraron a un enterrador, un cuento que combina lo macabro con lo caprichoso en un pequeño pueblo inglés. Este relato no solo sirve como entretenimiento, sino que también ofrece una profunda reflexión sobre temas universales como la redención y la amistad.
El protagonista de la historia es un sepulturero, cuya vida toma un giro inesperado cuando es secuestrado por un grupo de duendes traviesos. Estos seres místicos lo arrastran a una aventura a través del inframundo, un lugar poblado por una variedad de personajes sobrenaturales como fantasmas, brujas y otros entes etéreos. A medida que el sepulturero avanza en su viaje, se encuentra inmerso en situaciones que desafían su visión del mundo y su comprensión de la vida y la muerte.
Charles Dickens utiliza este escenario fantástico para explorar temas profundos de redención y perdón. El sepulturero, inicialmente un hombre solitario y quizás desapegado de la humanidad debido a su macabra profesión, experimenta una transformación emocional. A través de sus interacciones con los duendes y otros personajes del inframundo, aprende sobre la empatía, la compasión y el valor de la conexión humana. El cuento se convierte en una meditación sobre cómo las circunstancias extraordinarias pueden revelar verdades fundamentales sobre nuestra existencia.
Dickens es famoso por su habilidad para tejer narrativas con diálogos ingeniosos y descripciones detalladas que capturan la esencia de los personajes y los ambientes. En este relato su talento brilla especialmente en la forma en que da vida al inframundo, llenándolo de humor, terror y maravilla. La interacción entre el realismo y la fantasía es manejada con la maestría típica de Dickens, haciendo que el relato sea accesible y a la vez profundamente simbólico.
En conclusión, La Historia de los Duendes que Secuestraron a un Enterrador es un ejemplo destacado de cómo Charles Dickens no solo entretiene, sino que también invita a la reflexión sobre la condición humana, usando el reino de lo fantástico como un espejo para nuestras propias vidas y relaciones. Con su mezcla única de humor, corazón y horror, este cuento sigue siendo una joya en el repertorio de Dickens, ofreciendo a los lectores un delicioso viaje al lado más ligero y oscuro de la naturaleza humana.