Cuento: El reno que no sabía volar
En un remoto y helado rincón del Polo Norte, donde la nieve resplandece bajo la luz de las estrellas, vive un joven reno llamado Bruno. Con su pelaje marrón y ojos del mismo color, Bruno destaca por su espíritu alegre y su corazón bondadoso.
Cada invierno, los jóvenes renos del Polo Norte se entrenan con la esperanza de ser seleccionados para el prestigioso equipo de vuelo de Papá Noel. Desde pequeño, Bruno ha soñado con surcar los cielos, dejando tras de sí un rastro de polvo de estrellas y escuchando los cantos de las estrellas al recorrer el mundo.
A pesar de sus esfuerzos diarios, corriendo por los vastos campos de hielo tratando de levantar los cascos del suelo, Bruno se mantiene firmemente en la tierra. Mientras sus amigos despegan uno tras otro, Bruno se llena de un deseo ardiente de volar. Sin embargo, por más que intenta y se esfuerza, sus patas nunca dejan de pisar la nieve crujiente.
—¿Por qué no puedo volar como los demás? —se pregunta Bruno en voz alta, con un suspiro de frustración.
—No todos los renos están destinados a volar, pero cada uno tiene su propio don —, responde una voz cálida y sabia.
Sorprendido, Bruno se da vuelta y ve a su madre, que lo observa con ojos llenos de amor y comprensión.
—Pero yo quiero ser parte del equipo de vuelo, quiero ayudar a Papá Noel — responde Bruno con sus ojos llenos de lágrimas.
—Y quizás lo hagas, de una forma que aún no imaginas —contesta su madre, animándolo con una sonrisa. —Recuerda, la magia de la Navidad a veces nos sorprende.
A medida que el invierno avanza, Bruno intenta desesperadamente volar. Una mañana, al alba, se dirige a una colina donde los vientos fríos y fuertes parecen suficientemente poderosos como para llevarse incluso a los copos de nieve. Allí, Bruno corre con todas sus fuerzas y salta, extendiendo sus patas y cerrando los ojos, esperando sentir el suelo desaparecer bajo él. Pero cada vez, sin falta, termina deslizándose torpemente cuesta abajo, con el hocico lleno de nieve.
—¡Mira a Bruno, el reno terrestre! —gritan algunos jóvenes renos, volando por encima de él mientras ríen burlonamente.
Las palabras hieren a Bruno, pero no está dispuesto a rendirse. Regresa a casa, donde sus padres lo esperan.
—No dejes que te desanimen, Bruno —dice su padre, viéndolo entrar. —Tienes un corazón valiente, y eso vale más que cualquier habilidad para volar.
—Pero yo quiero volar, quiero ser como los demás —Bruno baja la cabeza, desanimado.
—Quizás, solo quizás, estás destinado para algo más grande, algo que ni siquiera puedes imaginar ahora —su padre le pone una pezuña reconfortante sobre el hombro.
Un día, mientras Bruno deambula tristemente por el bosque, conoce a Oliver, un búho sabio. Oliver, observando desde una rama baja, se dirige a Bruno con curiosidad.
—¿Por qué luces tan melancólico, joven reno? —pregunta con su voz suave y tranquila.
Bruno levanta la vista, sorprendido pero intrigado.
—Es que no puedo volar, y mañana es la selección final para el equipo de vuelo de Papá Noel —explica.
—Volar es una maravilla, ciertamente, pero no todos los dones son tan obvios —responde Oliver, moviendo sabiamente su cabeza emplumada.
Inspirado por las palabras de Oliver, Bruno comienza a explorar el bosque, descubriendo que tiene un don único para encontrar cosas perdidas y rastrear aromas que nadie más parece notar. Oliver lo alienta a perfeccionar esta habilidad, mostrándole que ser especial no siempre significa hacer lo que todos los demás hacen.
Finalmente, cuando surge una crisis en Navidad y el saco de regalos de Papá Noel desaparece, Bruno utiliza su habilidad única para rastrear y recuperar el saco perdido. Su éxito no solo salva la festividad, sino que también le gana el respeto y la admiración de toda la comunidad del Polo Norte.
Papá Noel, agradecido y profundamente impresionado, invita a Bruno a unirse al equipo de vuelo de una forma diferente: como el rastreador oficial.
—Gracias, Bruno, por mostrar a todos que hay muchas formas de volar, algunas no requieren alas —dice Papá Noel con una sonrisa cálida mientras se prepara para su viaje anual.
A pesar de que sus patas nunca dejan la tierra, Bruno se da cuenta de que su corazón siempre puede volar con el espíritu de la Navidad, ayudando a Papá Noel de una manera que solo él puede.
Mientras la noche de Navidad cae sobre el Polo Norte, Bruno mira hacia el cielo estrellado, sabiendo que, aunque sus patas permanezcan en la tierra, su corazón siempre volará alto en el espíritu de la Navidad.