Cuento: El monstruo que perdió su susto
Era la mañana de Halloween, y el sol aún no se asomaba cuando Gruñón, un pequeño monstruo de pelaje azul y ojos grandes, despertó con una sonrisa escalofriante. Halloween era el día en que todos los monstruos del valle mostraban sus habilidades, compitiendo por ver quién asustaba más. Y Gruñón siempre había sido excepcionalmente bueno en esto.
Esa mañana, al practicar su rugido frente al espejo, algo extraño pasó: en vez de un sonido aterrador, solo salió un suave soplido.
—¡Mamá, escucha esto! —dijo preocupado.
Intentó rugir de nuevo, pero su madre y sus hermanos solo se rieron. Gruñón se sintió triste. ¿Qué clase de monstruo no puede asustar en Halloween?
—¡Tengo que recuperar mi rugido antes de esta noche! —decidió.
Así que, con mucha valentía, salió en busca de ayuda, decidido a no rendirse.
Caminando hacia el bosque cercano, Gruñón escuchó algo inesperado: ¡risas de un niño! Cuando llegó, vio a un niño humano jugando con un avión de juguete. El niño levantó la vista y vio a Gruñón. En lugar de gritar o correr, el niño sonrió y le saludó con la mano.
—¡Hola! Soy Leo. ¿Eres uno de los monstruos del pueblo? Nunca había visto uno de cerca—, dijo con curiosidad y sin un ápice de miedo.
Gruñón, sorprendido por la falta de miedo del niño, se acercó cautelosamente. —Sí, soy Gruñón. Estoy intentando recuperar mi… mi susto—, confesó, sintiendo una mezcla de alivio y vergüenza al compartir su problema con un humano.
Leo se levantó de un salto, sus ojos brillando con emoción. —¡Vaya, eso suena como una gran aventura! ¿Puedo ayudarte? Siempre he querido tener un amigo monstruo—, propuso con entusiasmo.
Gruñón sonrió por primera vez en el día. Juntos, decidieron buscar el rugido perdido. Y aunque no sabía si lo encontraría, Gruñón sintió que con Leo a su lado, todo era posible.
Gruñón y Leo comenzaron su aventura por el pueblo, decididos a recuperar el rugido perdido. Su primera parada fue la tienda de disfraces del Sr. Púas, un erizo experto en todo lo aterrador.
—Prueba esta capa de vampiro —dijo Leo, ayudando a Gruñón a ponérsela.
Gruñón se miró al espejo con colmillos postizos y capa. Se sentía algo más temible, pero cuando salió a la plaza, los pequeños monstruos que pasaban solo aplaudieron.
Después, visitaron a la Sra. Escamosa, una monstruo actriz que enseñó a Gruñón a moverse y rugir con drama.
Aunque mejoró, cuando intentó asustar a unos murciélagos, solo se rieron antes de volar.
—Vamos con la Sra. Hervor, la bruja del pueblo. Seguro tiene algo mágico que ayude —sugirió Leo.
La bruja preparó una poción burbujeante y se la entregó:
—Bebe esto antes de rugir —, le dijo con una sonrisa.
Con la poción en mano, Gruñón y Leo volvieron al pueblo, listos para intentar una vez más.
Ya de noche, el pueblo estaba lleno de luces y risas. Gruñón aún no había probado la poción cuando un chillido interrumpió la fiesta. Un pequeño conejo había caído en un pozo y no podía salir. Las familias observaban preocupadas, mientras el conejo saltaba intentando alcanzar el borde, sin éxito.
Sin pensarlo, Gruñón se abrió paso entre la multitud. La mirada de todos estaba puesta en él, pero no por miedo. Ignorando la poción y los disfraces, Gruñón se concentró en el pequeño conejo atrapado. Con un movimiento ágil y cuidadoso, se inclinó sobre el borde del pozo y extendió su largo brazo hacia el conejo. Con un suave tirón, lo rescató y lo puso a salvo en el suelo.
Cuando llegó a la plaza, una gran multitud lo recibió con aplausos.
—¡Eres un héroe, Gruñón! —le decían los vecinos con admiración.
—¿Sabes, Leo?— , dijo Gruñón, limpiando una mancha de pintura de su rostro—. —Nunca pensé que perder mi susto sería lo mejor que me podría pasar—.
Leo sonriendo le dijo: —A veces, perder algo nos ayuda a encontrar algo mucho mejor.
El alcalde, un sabio troll, subió al escenario y dijo:
—Hoy celebramos a Gruñón, que nos enseñó que el coraje y la bondad pueden transformar nuestro mundo.
Mientras las linternas iluminaban la plaza, Gruñón disfrutó del mejor Halloween de su vida, no por ser el más aterrador, sino por ser el más valiente.
La fiesta continuó con música, bailes y risas. Gruñón y Leo disfrutaron la noche rodeados de amigos. Los niños pedían historias a Gruñón, no porque lo temieran, sino porque lo admiraban.
Bajo las luces de las calabazas, Gruñón se sintió agradecido. Halloween no era solo una noche de sustos, sino un recordatorio de que la bondad siempre encuentra su camino.
FIN