Cuento: El bosque de las linternas flotantes
En Monteluz, cada Halloween, el bosque cercano se llenaba de misterio y encanto. Desde la ventana de su habitación, Julia, de diez años, y Martín, su hermano menor, observaban fascinados cómo el bosque se animaba con cientos de linternas flotantes que, según los locales, eran almas de antiguos habitantes del pueblo.
Esa noche, vestidos de aventureros y con linternas en mano, Julia y Martín decidieron explorar el bosque. A medida que avanzaban, una luz cálida y brillante se separó de las demás y flotó hacia ellos. Se detuvo frente a ellos y con una voz suave y envolvente les dijo:
—Bienvenidos, jóvenes curiosos. Venís a descubrir el misterio de las linternas, ¿verdad? —.
A pesar del inicial miedo, la voz los tranquilizó. Asintiendo, los hermanos estaban listos para descubrir los secretos del bosque, sin imaginar cómo esa noche cambiaría sus vidas.
Siguiendo al espíritu luminoso, Julia y Martín se adentraron más en el corazón del bosque, donde las linternas flotantes brillaban intensamente en tonos de azul, verde y violeta. El espíritu, flotando serenamente delante de ellos, comenzó a hablar con una voz que resonaba suavemente entre los árboles:
—Estas luces que ven, niños, son almas que buscan cruzar al otro lado esta noche de Halloween, cuando el velo entre los vivos y los muertos es más delgado.
Justo cuando los niños comenzaban a asimilar esta revelación, una luz dorada y antigua se acercó flotando hacia ellos. Era más grande y su luz titilaba con el peso de innumerables recuerdos.
—Soy Eloísa, y fui curandera de este pueblo hace muchos años—, dijo la luz con una voz que resonaba con sabiduría y ternura.
—Muchos de nosotros hemos estado aquí por siglos, incapaces de encontrar el descanso que anhelamos. Necesitamos ayuda para alcanzar el lago antes del amanecer, cuando el portal se cierra hasta el próximo año. ¿Nos ayudarán, jóvenes amigos?—, preguntó Eloísa.
Julia y Martín, con curiosidad y deseo de ayudar, decidieron acompañar a Eloísa para llevar a las almas perdidas hacia la serenidad eterna.
Bajo un cielo estrellado, Julia y Martín llegaron a una explanada rodeada de enormes árboles, donde se encontraron con el Guardián del Bosque, una figura majestuosa de piel como corteza y ojos verde intenso.
—Bienvenidos—, saludó el Guardián, reconociendo su valiente misión. —Este lago es un cruce entre mundos, visible solo en Halloween. Cuidado con las fuerzas oscuras que intentan desviar a las almas.
Entregándoles amuletos luminosos, continuó: —Estos los protegerán y mostrarán el camino verdadero.
Con renovada determinación, los hermanos avanzaron hacia la parte más oscura del bosque, listos para enfrentar las pruebas que la noche tenía reservadas.
En el oscuro y sinuoso camino, Julia y Martín avanzaban guiados por el cálido resplandor de sus amuletos. Al encontrar un arroyo crecido, cruzaron sobre piedras estables, animados por la historia de Amalia, un espíritu que les contó su cruce de mares por amor.
—Usen cada piedra como si fuera un paso hacia su destino—, aconsejó Amalia mientras cruzaban con cuidado.
Más adelante, en un claro bloqueado por árboles caídos, un espíritu carpintero les enseñó a construir un puente improvisado. —Seleccionar la madera correcta es como elegir el camino en la vida—, explicó el espíritu.
Cuando una espesa niebla los envolvió, otro espíritu les instó a confiar en sus instintos. —Más allá de la vista, confíen en lo que sienten—, les guió a través de la niebla.
Con cada espíritu compartiendo su historia, los hermanos aprendieron sobre la vida y la muerte, el amor y el valor. A medida que se acercaban al lago sagrado, se sintieron más unidos y transformados por el bosque, ahora un lugar de aprendizaje y conexión con las almas.
Julia y Martín llegaron a un puente colgante envuelto en espesa niebla, haciéndolo casi invisible. La niebla susurraba con ecos del pasado y la madera crujía bajo sus pasos. Ante la densidad que les impedía ver, recordaron los amuletos protectores del Guardián y decidieron confiar en su intuición para cruzar.
—¿Cómo sabremos si este es el camino correcto? —, preguntó Martín a Julia. Esta confiada, respondió: —Debemos escuchar al bosque y confiar en lo que sentimos.
En ese momento, un espíritu de un joven pescador apareció, aconsejándoles: —La niebla puede ocultar sus ojos, pero no puede engañar a su corazón.
Inspirados, avanzaron guiados por sus sentimientos más que por la vista. A medida que cruzaban el puente, la niebla se disipaba, revelando la estructura firme del puente. El sendero continuó iluminado por linternas espirituales.
Al final del puente llegaron a la orilla de un vasto lago donde la luz lunar se reflejaba en las aguas tranquilas. Rodeados de espíritus, observaron cómo cada uno liberaba su linterna al agua, creando un mosaico de colores sobre las olas.
Eloísa, el espíritu anciano, les explicó: —Este lago es un portal entre los mundos, un paso a la paz eterna— y se quedaron contemplando cómo las linternas brillaban con fuerza antes de sumergirse en el lago.
Martín, conmovido por el espectáculo, susurró: —Es como si el lago acogiera las almas en su regazo.
Cuando la última linterna se hundió, el Guardián del Bosque se acercó para agradecer a los niños por su valiente guía. —Estas linternas simbolizan la sabiduría y protección que siempre os acompañarán—, les dijo afectuosamente.
Al amanecer, los hermanos sintieron que su aventura había llegado a su fin, marcando un ciclo de despedida y renacimiento. Esta noche mágica, en la que ayudaron a las almas a encontrar su paz, quedaría por siempre en sus corazones.
FIN