El gusto en bebés de 0 a 36 meses: cómo el dulce y el salado influyen en su estado de ánimo
La llegada de un bebé al mundo trae consigo un sinfín de experiencias nuevas tanto para él como para sus padres. Entre esas experiencias, una de las más sorprendentes es cómo los más pequeños desarrollan y utilizan su sentido del gusto. Este proceso, que comienza mucho antes del nacimiento y continúa durante sus primeros años de vida, influye no sólo en sus preferencias alimentarias, sino también en su estado de ánimo y su relación con el entorno. En este artículo profundizaremos en el fascinante viaje del gusto en los bebés de 0 a 36 meses. Veremos por qué el dulce los calma, cuándo empiezan a percibir lo salado y cómo este sentido tan primario juega un papel esencial en su bienestar físico y emocional.
Un viaje que comienza antes de nacer
Resulta sorprendente saber que el sentido del gusto empieza a formarse antes de que el bebé vea la luz por primera vez. A partir de la octava semana de gestación, se desarrollan las primeras papilas gustativas, y alrededor de la semana trece, estas papilas empiezan a “conversar” con el sistema nervioso en formación. Aunque el bebé aún no pueda pronunciar palabra, ya está recibiendo información importante del líquido amniótico: sabores que reflejan, de manera sutil, la dieta de la madre.
Esta precoz interacción con el gusto sienta las bases de lo que más adelante se convertirá en la capacidad de reconocer y preferir determinados sabores. Cuando el bebé nace, muchas de sus 4.500 papilas gustativas están preparadas para comparar las sensaciones gustativas previas —aquellas percibidas en el útero— con las que ahora experimenta fuera de ese entorno protector. Y así, casi sin darse cuenta, el recién nacido reconoce que la leche de su madre sabe, de alguna forma, “familiar”. Esta conexión con lo conocido lo tranquiliza y le indica que está “en casa”.
El primer sorbo de felicidad: la leche
Para los bebés, la leche materna es mucho más que un simple alimento. Es su fuente primaria de nutrición, pero también se convierte en un potente calmante emocional. El sabor naturalmente dulce de la leche materna, sumado a la proximidad y el calor de la madre, crea una experiencia muy reconfortante. Cuando el bebé chupa, el ritmo cardiaco se acompasa, y poco a poco, su rostro se relaja. En esos momentos de quietud, el recién nacido experimenta una especie de pequeña “felicidad” que lo invita a quedarse tranquilo y a fortalecer el vínculo con su madre.
Si bien la lactancia materna suele ser la opción más recomendada, la lactancia con biberón también puede proporcionar un sentido de bienestar similar. La clave está en la combinación de nutrientes esenciales y la sensación de seguridad emocional que el bebé percibe al ser alimentado. Esa tranquilidad refuerza el apego temprano y crea un entorno propicio para que el bebé se sienta protegido y confiado.
¿Por qué los bebés son golosos por naturaleza?
Desde su nacimiento, los bebés muestran una clara preferencia por lo dulce. Esto no es una casualidad, sino un mecanismo evolutivo. El sabor dulce, presente en la leche materna, favorece la succión, lo cual asegura una ingesta de nutrientes vitales y, al mismo tiempo, genera un efecto calmante. En las primeras horas de vida, el bebé puede diferenciar distintos tipos de azúcar y reconocer diferentes concentraciones. Este “instinto” de reconocer el dulce tiene repercusiones en su estado de ánimo: les anima, les reconforta y reduce el llanto.
¿Por qué ocurre esto? Porque en la boca del bebé existen receptores conectados a zonas del cerebro encargadas de liberar endorfinas, sustancias químicas que bloquean el dolor y producen sensación de placer. Además, el azúcar representa una fuente rápida de calorías, algo que los recién nacidos necesitan en grandes cantidades para poder doblar su peso en los primeros meses. Mientras más energía reciben, más fácilmente pueden sostener el rápido crecimiento que experimentan al inicio de su vida.
El sentido del gusto como herramienta de aprendizaje
El sentido del gusto va mucho más allá de detectar lo agradable o desagradable. Desde temprana edad, los bebés utilizan el sabor como una forma de explorar y aprender sobre su entorno. Llevarse objetos a la boca o juguetear con alimentos no es sólo un gesto de curiosidad; también les permite distinguir texturas, durezas y sabores. Este proceso estimula la coordinación buco-manual y la concentración.
No obstante, como padres, debemos estar muy atentos, ya que este comportamiento puede conllevar riesgos de atragantamiento, sobre todo si tienen acceso a piezas pequeñas u objetos de consistencia sólida. Proporcionar supervisión y ofrecerles alimentos apropiados para su edad son dos medidas clave para garantizar su seguridad.
Reacciones ante sabores ácidos y amargos
Además de identificar lo dulce con rapidez, los bebés también pueden reconocer, desde sus primeras semanas, sabores ácidos y amargos. A diferencia del dulce, estos gustos suelen provocar gestos de rechazo inmediato: arrugan la nariz, sacan la lengua e incluso pueden llorar o mostrar enfado. Estos reflejos de desagrado tienen una explicación evolutiva muy concreta: en la naturaleza, lo amargo puede asociarse con alimentos tóxicos o en mal estado, por lo que el bebé, de forma casi instintiva, reacciona para evitar su consumo.
De esta forma, el bebé empieza a “aprender” qué cosas deben considerarse seguras para comer y cuáles podrían representar un peligro. Este sistema de alerta temprana es valioso, aunque, con el tiempo y bajo la guía de sus padres, el niño irá modulando sus reacciones para incorporar una mayor variedad de alimentos en su dieta.
El descubrimiento del sabor salado
En contraste con su sensibilidad al dulce, agrio y amargo, el bebé no muestra interés inicial por lo salado. De hecho, es indiferente a la sal hasta aproximadamente los cuatro meses de vida. Llegado este momento, comienzan a emerger en las células gustativas las proteínas sensibles al sodio, que permiten detectar la sal.
Aunque la preferencia por la sal no es tan inmediata ni tan intensa como por el dulce, poco a poco el bebé irá familiarizándose con este sabor. Sin embargo, es importante recordar que su sistema renal aún es muy inmaduro, de modo que no conviene que ingiera sal en exceso. Por ello, las recomendaciones pediátricas suelen insistir en no añadir sal a las primeras papillas o purés, para no sobrecargar los riñones del bebé y evitar la formación de hábitos poco saludables.
El dulce como regulador del estado de ánimo
La atracción innata por lo dulce tiene, además, un componente emocional muy fuerte. Diversos estudios han demostrado que el sabor dulce activa ciertas áreas del cerebro relacionadas con la liberación de endorfinas, responsables de la sensación de placer y de la reducción del dolor. Por ello, ofrecer al bebé una sustancia ligeramente dulce puede ayudar a calmarlo en situaciones puntuales, como por ejemplo durante la vacunación o la extracción de sangre.
Ahora bien, esto no significa que debamos recurrir continuamente a endulzar los alimentos o, peor aún, a mojar el chupete en azúcar o miel para mantenerlo tranquilo. Este hábito, además de aumentar el riesgo de caries dental temprana, puede predisponer al bebé a una relación poco saludable con el azúcar. Es fundamental encontrar un equilibrio y recordar que la fuente ideal de dulzor en los primeros meses de vida es la leche materna o, en su defecto, la fórmula infantil adecuada.
La variedad natural de la leche materna
Un aspecto fascinante es que la leche materna no siempre sabe igual. Su contenido en grasas y su sabor pueden variar a lo largo del día y a medida que el bebé crece. Por ejemplo, la leche de la mañana suele ser menos grasa, mientras que la del final de la tarde tiende a tener una mayor proporción de grasa. Este cambio en la consistencia ofrece al bebé una gama de sabores que estimula su paladar y lo prepara para recibir, en el futuro, otros alimentos sólidos con diferente gusto y textura.
Adicionalmente, la leche materna refleja de algún modo la dieta de la madre. Si ella consume una gran variedad de alimentos, esos matices se transfieren a la leche. Esta exposición temprana podría explicar por qué ciertos bebés muestran preferencia por los sabores típicos de la cocina de su cultura, o incluso se vuelven más abiertos a probar nuevos alimentos conforme crecen. Así, la experiencia sensorial del bebé se enriquece, contribuyendo a su adaptación alimentaria.
Alcohol y lactancia: precauciones necesarias
Aunque la principal recomendación es la abstinencia total de alcohol durante la lactancia, algunas madres deciden tomar una copa de manera ocasional. En estos casos, conviene tener en cuenta que el alcohol aparece en la leche materna en tan sólo 30 minutos después de ingerirlo. Además, modifica su olor, haciéndola más dulce, lo que puede estimular al bebé a succionar con más intensidad sin que, sin embargo, esté obteniendo más leche. A la larga, esto puede alterar el sueño del bebé y su ingesta nutricional óptima.
Si la madre decide tomar alcohol, los expertos sugieren hacerlo inmediatamente después de amamantar, con el estómago lleno y, si es posible, restringirse a una única copa cada dos días. Así se minimiza el contacto del bebé con el alcohol, pero sin duda, lo más seguro para la salud del bebé es no consumir alcohol durante la lactancia.
El proceso de aprendizaje alimentario
Conforme el bebé crece y se adentra en la etapa de la alimentación complementaria —alrededor de los seis meses—, el sentido del gusto continua cumpliendo una función clave en su aprendizaje. A través de nuevas texturas, colores y sabores, el niño descubre un mundo de posibilidades gastronómicas. Es recomendable introducir cada alimento de forma paulatina, para observar reacciones alérgicas y permitir que el bebé se familiarice con cada sabor.
En esta fase, no sólo se trata de la nutrición. El momento de la comida se convierte en una oportunidad de interacción y vínculo con los padres y cuidadores, ya sea compartiendo la mesa o dejándole tocar y jugar con su comida. Esta libertad controlada le facilita la exploración y fomenta su independencia.
La importancia de evitar excesos
Dado que el bebé nace con una clara preferencia por lo dulce, se puede caer en la tentación de endulzar papillas o purés para que los acepte con mayor facilidad. Sin embargo, esto puede generar problemas a futuro, como sobrepeso, caries y un rechazo prematuro hacia alimentos no dulces. Lo ideal es permitir que el niño experimente el sabor natural de cada alimento. De esta manera, se promueve una dieta equilibrada y se evitan excesos de azúcar que podrían predisponerlo a hábitos alimentarios poco saludables.
Lo mismo ocurre con la sal. Aunque a partir de los cuatro meses comienzan a percibirlo, no se aconseja añadir sal en las comidas de los bebés pequeños, ya que su organismo no la gestiona de la misma forma que un adulto. En general, las preparaciones caseras sin sal adicional (o con cantidades muy mínimas) resultan más apropiadas para su salud.
El gusto y la autorregulación emocional
La capacidad del bebé para autorregular sus emociones está ligada, en buena parte, a sus experiencias sensoriales. El gusto es un potente modulador de su ánimo: ante una situación estresante, ofrecer un alimento dulce —en la cantidad y la forma adecuadas— puede ayudarle a calmar y retomar la tranquilidad. A medida que el niño crece, va desarrollando otras estrategias para consolarse y regular sus estados de ánimo, como chuparse el dedo, buscar un objeto de apego o verbalizar lo que siente.
En esta etapa, también empiezan a surgir ciertas exigencias o conductas que los padres pueden interpretar como caprichos. Tal vez el niño rechace un alimento que antes le encantaba o pida insistentemente algo dulce cuando se siente frustrado. Entender que detrás de estas conductas existe un componente emocional y sensorial ayuda a manejar la situación con mayor empatía y menos confrontación.
¡Todo a la boca!: aprendizaje y precaución
Durante los primeros años, especialmente entre los 6 y 18 meses, es habitual que el bebé se lleve casi cualquier objeto a la boca, desde juguetes hasta partes del mobiliario. Esto no sólo tiene que ver con el sentido del gusto, sino con la propiocepción y el deseo de explorar el entorno. Sin embargo, este comportamiento implica riesgos de atragantamiento y asfixia.
Como padres, debemos supervisar al niño y controlar el tipo de objetos que están a su alcance. Asimismo, cuando comienza la introducción de alimentos sólidos, conviene que estos estén cortados o triturados de manera apropiada según la edad. Ser conscientes de que el bebé aprende a través de su boca puede ayudarnos a prevenir accidentes y a proporcionarle una variedad adecuada de juguetes y alimentos seguros.
El gusto como vía de independencia
A medida que el bebé se convierte en un niño más autónomo —generalmente hacia el segundo o tercer año de vida—, su criterio sobre la comida empieza a manifestarse con más fuerza. Es frecuente que un día adore un alimento y al siguiente lo rechace, o que exija comer sólo un tipo de comida. Esta etapa, a veces desesperante para los padres, forma parte del ejercicio de independencia del niño: a través de sus preferencias y disgustos, va descubriendo una forma de “controlar” su propio entorno.
Lo importante es tener paciencia y ofrecer variedad, sin presiones excesivas ni castigos asociados a la comida. En muchos casos, los niños tienden a reconciliarse con los alimentos que habían rechazado, sobre todo si ven que en casa se consumen con frecuencia y de forma placentera. Mantener una atmósfera relajada en las comidas y fomentar la interacción familiar alrededor de la mesa suele facilitar la aceptación de nuevos sabores.
Conclusión: un sentido determinante para su bienestar
El gusto es uno de los sentidos más influyentes en los bebés de 0 a 36 meses, no sólo por el aspecto nutricional sino también por su dimensión emocional y social. Desde antes del nacimiento, los bebés están sintonizados con los sabores que perciben en el útero. Al llegar al mundo, el dulce se convierte en su gran aliado: les calma, les infunde energía y los conecta con su madre y la leche materna. Paulatinamente, el bebé aprende a reconocer sabores ácidos, amargos y, más tarde, lo salado. Cada paso en este proceso es una oportunidad de aprendizaje y de vínculo con su entorno.
Para los padres, comprender la influencia que el gusto ejerce en el estado de ánimo y el comportamiento del bebé puede ser de gran ayuda a la hora de facilitar la lactancia, la introducción de nuevos alimentos y la gestión de las emociones del niño. Si bien el azúcar tiene un rol positivo en su desarrollo temprano, conviene usarlo con moderación y siempre priorizar fuentes naturales de dulzor como la leche materna o la fruta. Asimismo, la prudencia con la sal y el alcohol en la dieta materna forma parte de los cuidados esenciales para salvaguardar la salud de los más pequeños.
En definitiva, el sentido del gusto no sólo alimenta el cuerpo del bebé, sino también su mente y sus emociones. Cada cucharada, cada sorbo de leche, cada nueva textura que descubre, amplía su conocimiento sobre el mundo y refuerza su confianza. Acompañar a los niños en este recorrido con paciencia, atención y afecto garantizará que su relación con la comida —y con el entorno— sea sana, equilibrada y repleta de placenteras experiencias culinarias en el futuro.
¿Cómo se ha redactado este artículo? Este artículo ha sido elaborado utilizando recomendaciones de expertos y extrayendo información de fuentes médicas y gubernamentales confiables, incluyendo el NHS, la Clínica Mayo, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU., la Academia Americana de Pediatría y el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos. Es importante destacar que el contenido presentado en esta página no está destinado a sustituir la consulta médica profesional. Te aconsejamos que consultes a un profesional médico para recibir un diagnóstico y tratamiento adecuados.